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La era porfirista

 Primer periodo presidencial de Porfirio Díaz

La etapa porfirista representa, en lo político, la era de un dictador decidido a imponer el orden y a mantenerse en el poder con el propósito de preservar ese orden y llevar al país al progreso económico. Su lema «poca política y mucha administración», que sintetiza ese propósito, significó en la práctica hacer a un lado la legalidad, desdeñando además el principio de no reelección que él mismo había institucionalizado al comienzo de su larga permanencia a cargo del poder ejecutivo. En el aspecto económico, el porfiriato introdujo a México al sistema capitalista en el marco de la dependencia imperialista, y dio comienzo a la industrialización, tan ansiada por los gobiernos mexicanos que le precedieron. Díaz. El porfiriato fue, pues, una etapa de transformación socioeconómica y un arranque hacia la modernidad, a pesar de sus fallas y de que el envejecimiento del sistema y la prolongada permanencia del dictador dejaron grietas muy profundas y obstáculos sumamente difíciles de vencer. El general Porfirio Díaz se hizo cargo del poder ejecutivo en mayo de 1877, después de triunfar en las elecciones a las que había convocado Juan N. Méndez como presidente interino. Díaz para dominar el escenario político, con la intención de preparar su propio caminal poder. República Restaurada, y a ellas se habían sumado las facciones lerdistas e iglesistas contra las que había luchado la revolución de Tuxtepec. Había además una rivalidad entre los viejos liberales de la etapa anterior y los jóvenes de ideas nuevas que deseaban desplazar-los. Unidos que causaban graves perjuicios a las poblaciones norteñas, y levantamientos indígenas, sobre todo de yaquis y mayos. Ante esa situación, Díaz adoptó medidas represivas y tomó la decisión de no dar de baja a los soldados que participaron en la revolución de Tuxtepec. Quienes habían sido compañeros de Díaz en el ejército recibieron de él, según sus propias palabras, «pan o palo». Díaz el beneficio de su amistad, lo cual implicaba obtener a cambio una lealtad incondicional. La estrategia de la amificación, como la llamó un escritor de la época, fue el medio más eficaz para la concentración del poder político y el logro del orden interno. La pacificación se fue logrando aunque las medidas fueron extremas en muchos casos, pues las tropas abusaron de su fuerza contra gente inocente. Díaz sería «Mátalos en caliente». Las ambiciones personales de esos caciques fueron utilizadas en beneficio del gobierno central, pues mientras en apariencia éste aceptaba la autonomía de los estados, obtenía la fidelidad de los gobernadores-caciques al permitirles que satisficieran sus ambiciones personales de riqueza y poder político. Al acercarse el final del periodo presidencial de Porfirio Díaz, retornó la agitación política. Porfirio Díaz, al grado que algunos de sus seguidores propusieron que se permitiera por una sola vez la excepción al postulado de no reelección. El presidente declaró que jamás admitiría ser reelecto, pues eso iría en contra del espíritu que hizo triunfar a la revolución de Tuxtepec. La negativa de Díaz a aceptar la reelección dejó el camino abierto para los aspirantes a la presidencia, entre ellos Justo Benítez y el general Manuel González, amigo del presi-dente y su más cercano colaborador. Había gran incertidumbre y ninguno de los candidatos parecía llenar por completo los requisitos para ser el sucesor de Porfirio Díaz, y éste no demostraba estar en favor de alguno de ellos. La declaración ocasionó que se multiplicaran las adhesiones a favor de éste, incluso de parte de algunos antiguos benitistas, y fue declarado presidente electo. En lo que se refiere a relaciones exteriores, Díaz enfrentó serios problemas al comienzo de su gobierno. Esa ruptura persistía en 1877, y formaba parte del cúmulo de problemas que Díaz heredaba de sus predecesores. La cuestión más delicada se centraba en el hecho de que Estados Unidos había sus-pendido las relaciones diplomáticas con México al caer Lerdo y ascender Díaz al poder, lo cual significaba que el Gobierno estadounidense no reconocía al nuevo presidente mexicano. El reconocimiento de Estados Unidos resultaba imprescindible, no sólo porque era la única potencia occidental con la que la República Mexicana había mantenido relaciones después del Imperio, sino porque el vecino del norte seguía amenazando con la invasión e incluso la anexión territorial si México no saldaba sus cuentas pendientes o no satisfacía sus demandas. La última demanda era la más alarmante, pues el Gobierno de Estados Unidos, que insistía en que sólo su ejército podía pacificar la zona, propuso al gobierno de Díaz permitir la entrada de sus tropas en territorio mexicano para castigar a los apaches y bandoleros que se refugiaban en él. Sin esperar a que el Gobierno de México aceptara la propuesta, en múltiples ocasiones las tropas estadounidenses cruzaban la línea fronteriza y perseguían a los maleantes. Estas acciones constituían una amenaza para la soberanía nacional, porque corrían rumores de que Rutherford Hayes, el presidente estadounidense, estaba interesado en anexarse territorio mexicano y sólo buscaba un pretexto para declarar la guerra a México. Porfirio Díaz actuó con prudencia y tuvo gran cuidado en no darle pretexto a Hayes para una intervención. Zamacona invitó a varios empresarios de la ciudad de Chicago a visitar la República 
La invitación surtió efecto y a principios de 1879 llegaba a México una expedición compuesta por 80 empresarios y comerciantes, quienes aceptaron realizar el viaje a pesar de la desconfianza de su gobierno y de los rumores que éste había hecho circular sobre la falta de seguridad en el país y sobre la supuesta animadversión que en general había en México hacia los estadounidenses. Díaz intensificó las medidas de pacificación y a principios de 1880 empezaron las negociaciones para la construcción de los ferrocarriles internacionales.

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